domingo, 28 de septiembre de 2014

El olvido

El olvido puede ser lo mejor del mundo, o lo peor.
Se olvidan cosas insignificantes... se olvida donde se dejaron las llaves, se olvida el número de la tarjeta de crédito, la hora a la que quedaste con tus amigos, el pin del móvil, la contraseña de alguna red social que hace mucho que no utilizas. Se nos olvidan todas aquellas cosas que dejamos apuntadas en un papel guardado en un libro o en el fondo de algún cajón. Se olvidan los nombres que personas a los que conociste hace muchísimo tiempo y no has vuelto a ver, los nombres de tus profesores en el colegio. Se olvidan las fechas importantes que quedaron apuntadas en esa agenda de hace 3 años que ya tiraste. Incluso se olvidan algunos momentos. 
O eso pensamos. Quizá, en algún otro momento de nuestra vida, por no se sabe qué razón, vuelves a recordarlo. Quién sabe, al pasar por aquel parque, al escuchar aquella canción que alguien te dedicó, o sin ningún porqué, simplemente porque si.
Y es entonces cuando nos preguntamos si esa gente se seguirá acordando de nuestras manías, de nuestro nombre, de nuestras frases típicas, de nuestro color preferido, de nuestra fecha de cumpleaños, de aquellos días. En definitiva, si todavía de acuerdan de nosotros.

Pero, a veces, la mente también tiene esa capacidad que tanto odiamos, la de recordar una y otra vez aquello que deseas olvidar con todas tus fuerzas. Ese día en el que pasaste tanta vergüenza, esas personas de las que no quieres oír hablar, esos momentos, esos malos ratos.

Dicen que quien sabe olvidar, vive mejor, pero hoy me he puesto a pensar, y creo que no es del todo así. A veces, esos momentos que tantos deseamos olvidar, son aquellos que nos han hecho ser como somos. Si esos momentos siguen en nuestra cabeza, será por algo, ¿no?
Si pudieses borrar de tu mente todos las cosas que no quieres recordar, que quieres borrar de tu vida, de tu cabeza, e incluso de tu corazón, y poder potenciar el recuerdo de aquellos de los que quieres acordarte toda la vida, ¿lo harías? Pensémoslo. Quizá nos sorprenda el resultado. 

jueves, 14 de agosto de 2014

Una de esas noches

Cuando sólo nos queda la música; cuando sólo nos quedan las notas, los acordes. 
Cuando sólo nos queda la belleza de las palabras. 
Cuando sólo nos queda una mirada perdida, una llamada a escondidas. 
Cuando sólo nos queda un silencio por dar. 
Cuando ya no queda luz y la oscuridad lo invade todo.

Ahí, cuando pensamos en todo y en nada a la vez. 
Cuando le damos mil vueltas a todo y nos repetimos mil y una vez que lo mejor es dejarse llevar, pero muy pocas veces lo hacemos. 
Ahí, cuando miramos por la ventana y suspiramos contando estrellas. Ahí, cuando nos damos cuenta de todo lo que vale la pena y lo que no. cuando nos damos cuenta de a quién le importamos de verdad y a quién no. 

Ahí, cuando más le echas de menos. Cuando todos los pensamientos los ocupa una persona. 
Cuando sabes realmente lo que quieres, lo que tienes, lo que falta y lo que sobra. 
Ahí, cuando sólo nos queda la imaginación y los sueños. 
Ahí cuando el reloj avanza deprisa, pero al mismo tiempo los minutos se hacen eternos. 
Ahí, y solo ahí, cuando somos nosotros mismos. 

martes, 8 de abril de 2014

Arriesgar o no... esa es la cuestión

En una de mis anteriores entradas (creo recordar que fue en “¿se puede echar de menos algo que nunca ha ocurrido?”, si mi memoria no me falla), un lector me dejó un comentario que me hizo pensar:
Opino lo mismo, pero no hay que dejar que el tiempo te deje echar de menos eso que no has hecho. Hay que hacerlo (o decirlo) en su momento, si después no quieres arrepentimientos. Créeme, se por qué lo digo”.
Si, ese comentario me hizo pensar en lo importante (y necesario) que es arriesgar, el hacer o decir las cosas en su momento y no esperar a cuando ya no puedan ser.
Dicen que “el que no arriesga, no gana”, y que “no existen segundas oportunidades”. Si haces las cosas en su momento, puedes ganar, o puedes perder, pero siempre tendremos la seguridad de que en ese momento hicimos lo que sentíamos, o lo que creíamos correcto, y nunca nos volveríamos a plantear eso de “¿Qué hubiese pasado si…?” y a cuestionarnos una y otra vez la decisión, a rayarnos y a comernos la cabeza.
El otro día escuché por casualidad a una muchacha hablar por teléfono en el autobús de camino a mi pueblo. Hablaba precisamente de esto, de que no se atrevía a hacer algo. 
“...Ya, es muy fácil decirlo. Si al menos tuviese un motivo, viese alguna señal, yo, me lanzaría, pero no se..."dijo en algún momento de su conversación telefónica.
Eso es lo que falla, el miedo. Tal vez con un buen motivo, con unas cuantas razones sería más fácil arriesgarse a todo, ¿no? La verdad es que no estoy yo muy segura de eso.
La persona que estaba al otro lado de la línea debió llamarla “cobarde”, porque antes de colgar dijo:"...Sí, soy una cobarde....
Nos llaman cobardes por no arriesgar. ¿Cobardes? Sí, a lo mejor sí, somos unos cobardes. Unos cobardes que no saben decir adiós a ese miedo interno que nos impide arriesgar, a ese que hace que pensemos en que podemos fallar una vez más, en el fracaso, en el perder una amistad, en no querer echarlo todo a perder en un segundo.  El miedo a perder, a fallar, la falta de valor. Miles de cosas, multitud de factores influyen a la hora de tomar la decisión.
Supongo que si, que somos cobardes. 

Dicen que todo es un cara o cruz, un 50%, un “el no ya lo tienes”, que la única ley válida es “el doble o nada”. Harta estoy de escuchar eso de que si no la haces jamás sabrás lo que hubiese sucedido. Que hay que dejarse llevar y no pensar tanto (si, alguna vez que otra, yo, lo he hecho, me he dejado llevar sin dejar a mi cabeza que pensara en los pros y en los contras, y he de decir que pocas veces me he arrepentido de haber dicho o hecho aquello que tanto trabajo me costó). Que hay que dar un paso adelante y poner todas las cartas sobre la mesa, que hay que lanzarse de una vez por todas, que el azar y la suerte, incluso el destino, se encargarán del resto.  Pero, a veces, ese paso a dar es un abismo, un desierto, un río sin puente por el que cruzar. Y es que, a veces, arriesgarse a hacer algo no es tan fácil, o al menos, no tan fácil como parece.

Pero un día de esos en los que nada nos puede, me armé de valor y decidí saltar ese "abismo" (que al final no resulto ser más que una pequeña piedra en el camino). Y si, ahí me di cuenta de que arriesgar merece la pena, que ganas muchísimo más de lo que podrías haber perdido. Porque, a veces, es más sencillo no pensar en nada, y, simplemente, dejarse llevar.


Y tú, ¿estás dispuesto a arriesgar, sabiendo todo lo que eso conlleva?

martes, 28 de enero de 2014

El recuerdo de esas pequeñas cosas que se pierden con el tiempo

Frases a medio acabar
Un “te quiero” que se queda en los labios
Ese “no te vayas” que nunca nos atrevimos a pronunciar
Risas que se pierden, como esos “buenas noches”
Esos paseos a las tantas de la madrugada
Un libro a medio leer que no queremos acabar
Una noticia inesperada
Una llamada que nunca llega
Un timbre que nunca suena
Cartas que se escriben pero no se mandan
Lágrimas que se pierden en la lluvia
Una nota abandonada en el algún libro
Palabras que vuelan en el viento
Hojas que caen de algún árbol en otoño
Una herida que no deja de sangrar
Una estrella que deja de brillar
Las olas que rompen contra las rocas
Ese “Tu y yo” que se borra en la arena
Una mirada perdida
Un silencio roto
Un reloj que se para
Un papel arrugado en cualquier ataque de furia
Un globo que explota
Un “para siempre” que no existe
Un “nunca” que siempre llega
Una llama que termina por apagarse

En definitiva, somos eso, el recuerdo de esas pequeñas cosas que se pierden con el tiempo.

Porque....
Quizá nos importó demasiado el qué dirán
Quizá pasamos por alto muchas cosas
Quizá no nos gustaron las reconciliaciones
Quizá nunca nos gustaron las mentiras disfrazadas
Quizá no mostramos nuestros sentimientos
Quizá sea demasiado de amores platónicos, ilusiones y desilusiones
Quizá nos cansamos de luchar, de perder una y otra vez
Quizá perdimos la esperanza
Quizá olvidamos demasiado pronto
Quizá hablamos antes de pensarlo dos veces
Quizá nos pudo el impulso
Quizá no quisimos ver más allá
Quizá no quisimos escuchar al corazón
Quizá dejamos de cumplir esas promesas
Quizá nos pudo la impaciencia
O quizá nos pudo la distancia
Quizá, no nos dejamos llevar
Quizá hayamos perdido muchas oportunidades
Quizá dejamos de tararear nuestra canción
Quizá nuestra imaginación pudo más que la realidad
Quizá callamos demasiado.
Quizá fueron muchas indirectas
Quizá dejamos de sonreír como tontos
O quizá se nos descolocaron todos los esquemas


Porque puede que hayamos tomado direcciones distintas, pero nunca debemos olvidar que la vida da muchas vueltas, y que… dos caminos que se separan, en cualquier punto de su recorrido, pueden volverse a juntar.