En una de mis
anteriores entradas (creo recordar que fue en “¿se puede echar de menos algo
que nunca ha ocurrido?”, si mi memoria no me falla), un lector me dejó un comentario que me hizo pensar:
“Opino lo
mismo, pero no hay que dejar que el tiempo te deje echar de menos eso que no
has hecho. Hay que hacerlo (o decirlo) en su momento, si después no quieres
arrepentimientos. Créeme, se por qué lo digo”.
Si, ese
comentario me hizo pensar en lo importante (y necesario) que es arriesgar, el
hacer o decir las cosas en su momento y no esperar a cuando ya no puedan ser.
Dicen que “el que no
arriesga, no gana”, y que “no existen segundas oportunidades”. Si haces
las cosas en su momento, puedes ganar, o puedes perder, pero siempre tendremos
la seguridad de que en ese momento hicimos lo que sentíamos, o lo que creíamos
correcto, y nunca nos volveríamos a plantear eso de “¿Qué hubiese pasado si…?”
y a cuestionarnos una y otra vez la decisión, a rayarnos y a comernos la cabeza.
El otro día
escuché por casualidad a una muchacha hablar por teléfono en el autobús de
camino a mi pueblo. Hablaba precisamente de esto, de que no se atrevía a hacer
algo.
“...Ya, es muy
fácil decirlo. Si al menos tuviese un motivo, viese alguna señal, yo, me
lanzaría, pero no se...", dijo en algún momento de su
conversación telefónica.
Eso es lo
que falla, el miedo. Tal vez con un buen motivo, con unas cuantas razones sería
más fácil arriesgarse a todo, ¿no? La verdad es que no estoy yo muy segura de
eso.
La persona
que estaba al otro lado de la línea debió llamarla “cobarde”, porque antes de
colgar dijo:"...Sí, soy una
cobarde...”.
Nos llaman
cobardes por no arriesgar. ¿Cobardes? Sí, a lo mejor sí, somos unos cobardes.
Unos cobardes que no saben decir adiós a ese miedo interno que nos impide
arriesgar, a ese que hace que pensemos en que podemos fallar una vez más, en el
fracaso, en el perder una amistad, en no querer echarlo todo a perder en un
segundo. El miedo a perder, a fallar, la falta de valor. Miles de cosas,
multitud de factores influyen a la hora de tomar la decisión.
Supongo que si, que somos cobardes.
Supongo que si, que somos cobardes.
Dicen que
todo es un cara o cruz, un 50%, un “el no ya lo tienes”, que la única ley
válida es “el doble o nada”. Harta estoy de escuchar eso de que si no la haces
jamás sabrás lo que hubiese sucedido. Que hay que dejarse llevar y no pensar
tanto (si, alguna vez que otra, yo, lo he hecho, me he dejado llevar sin dejar
a mi cabeza que pensara en los pros y en los contras, y he de decir que pocas
veces me he arrepentido de haber dicho o hecho aquello que tanto trabajo me
costó). Que hay que dar un paso adelante y poner todas las cartas sobre la
mesa, que hay que lanzarse de una vez por todas, que el azar y la suerte,
incluso el destino, se encargarán del resto. Pero, a veces, ese paso a
dar es un abismo, un desierto, un río sin puente por el que cruzar. Y es que, a
veces, arriesgarse a hacer algo no es tan fácil, o al menos, no tan fácil como
parece.
Pero un día de esos en los que nada nos puede, me armé de valor y decidí saltar ese "abismo" (que al final no resulto ser más que una pequeña piedra en el camino). Y si, ahí me di cuenta de que arriesgar merece la pena, que ganas muchísimo más de lo que podrías haber perdido. Porque, a veces, es más sencillo no pensar en nada, y, simplemente, dejarse llevar.
Y tú, ¿estás
dispuesto a arriesgar, sabiendo todo lo que eso conlleva?
Buenas, hace mucho que no escribes por aquí y me gustaría hacerte una petición: escribe lo primero que se te pase por la cabeza, sin pensar, desahógate y solo así podrás mostrar tus más sinceros sentimientos y al trasmitirlo harás que los lectores tengamos la misma impresión. Un saludo.
ResponderEliminarTomaré nota ;)
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