22.
Sí, aunque no lo parezca, aunque todo el mundo que no me conoce piense que
tengo 16 o 17, acabo de cumplir los “2 patitos”. Ya llevo 22 primaveras inviernos vividos.
Y,
sé que no soy muy original, porque todo el mundo (o casi todo el mundo) escribe
algo así para el día de su cumpleaños, pero yo necesitaba escribir esto hoy. No
sé muy bien si para volver a publicar algo en el blog, o simplemente para
desahogarme.
Primero: (esta es la parte que repiten todos) Quiero dar las gracias. Dar las gracias
a todas esas personas que se han acordado de mi hoy, tanto las que lo han
hecho por ellos mismos, como a aquellos que lo han visto por alguna red social,
pero que se han molestado en escribirme algún mensajito, en mencionarme por
twitter o mandarme un “FELICIDADES” y algún emoticono feliz, o una grabación
cantando el cumpleaños feliz por whatsapp, pero que me han regalado un poquito
de su tiempo a mí.
Dar las gracias a toda esa gente que, como todos los años,
han hecho de éste, un día especial, aunque ha sido un cumpleaños un poco agridulce, y sé porqué lo digo, además entre libros, apuntes y exámenes de anatomía y citología, no se puede celebrar algo en condiciones. Esa gente que me ha hecho morirme de
vergüenza cantándome el cumpleaños feliz en mitad de la calle, aquellos que me
han cantado y dedicado mi canción favorita, a los que me han emocionado con mil
palabras bonitas, a los que me pusieron una velita en una magdalena de la cafetería, a mis compañeros, amigos, y sobre todo, a mi familia.
Segundo: no voy a hacer un balance con todo lo vivido, poniendo en una balanza lo bueno
y lo malo, porque todos hemos tenido momentos así, y sabemos que esa balanza
siempre se inclina hacia el lado "cosas buenas", y porque, además, no acabaría
nunca. ¡22 años dan para mucho! Si yo os contara… Quizás, hasta podría escribir
una novela.
Lo que quiero es reflexionar sobre... No sé. Tantas cosas de las
que quería hablar, tanto que quería expresar que ahora, no sé ni cómo empezar.
Quizás,
lo más lógico sería empezar desde el principio, ¿no?
Mi
vida, hasta ahora, no ha sido como imaginaba. Ha dado cambios de dirección,
giros inesperados, que por desgracia o por suerte, me han hecho cambiar,
madurar. Supongo que, como todos, de pequeña imaginaba mi vida perfecta, una
vida que no tiene mucho que ver con la que estoy viviendo ahora. No es mejor ni
peor, sólo distinta. Recuerdo decir algo como “Quiero ser maestra, tener una
gran casa cerca del mar, con habitaciones gigantescas, una llena de espejos,
otra llena de muñecas de porcelana, casitas de madera, y miles de osos de
peluche, casarme con un médico,...” Y así miles de cosas más. Y como podréis
imaginar, no es mi vida hasta ahora (salvo lo de ser maestra, porque aquí me
tenéis, con mi carrera de magisterio terminada).
Sí,
es así, la vida no es cómo la soñamos. Cambia, como todo, a cada paso que
damos, con cada nueva decisión que tomamos. Dicen que el destino nos lo tiene
todo guardado, y me gusta pensar que es así, pero, en parte, el futuro también
depende de nosotros, de cómo afrontemos las cosas, de lo lejos que llegue
nuestra mente a imaginar las cosas…. Y tal vez, podemos escribir un futuro
distinto al que tenemos designado, y desbaratarle los planes a ese destino que
nos acecha.
Tercero: creo que a veces, soy como esa niña pequeña que soñaba todo aquello, aquella
niña que se sentaba en el parque a contar estrellas, aquella que hacía las
cosas sin pensarlas dos veces, la que vivía de ilusiones, la que se escondía
debajo de la cama para llorar, la que haciendo pompas de jabón o bailando
flamenco encima de un escenario (sin levantar dos palmos del suelo), se
olvidaba de todo. Aquella que tenía mil amores platónicos (y aún los sigue
teniendo), la que no contaba los sueños porque luego “no se hacían realidad”.
Aquella que sentía que con un abrazo o un beso de mama o de los abuelos, se
iban todos los males. La que arrancaba como una loca los pétalos de las
margaritas para saber si “el chico de mis sueños” sentía lo mismo por mí.
Sí,
creo que esa niña todavía sigue dentro de mí. A veces soy esa niña pequeña que
sigue llorando por todo, la que se enfada por cualquier tontería, la que se
comporta cómo si tuviese 4 años. La que no sabe cómo afrontar ciertas cosas, y
sigue buscando respuestas a preguntas que no la tienen.
Sólo hay algo que ha cambiado: Aunque sigo
viviendo de ilusiones, y paso la mitad de mi tiempo “en las nubes”, tengo los
pies muy amarrados al suelo, como si tuviesen imanes, porque sé que las cosas
no van a cambiar sólo con imaginarlo o desearlo, aunque, a veces me gustaría. He aprendido que los deseos que pedimos cerrando fuerte los ojos ante
una estrella fugaz, al lanzar esa moneda a la Fontana Di Trevi, esos que
escribes en un papel, y los lanzas a una hoguera en San Antón o San Juan, y
esos que pedimos con todas nuestras fuerzas al soplar las velas, no se cumplen
por arte de magia. Y que eso de cruzar los dedos no funciona. Sí, y por eso
estoy aquí hoy, abriendo con ilusión los regalos, y pidiendo ese deseo con
todas mis fuerzas, mientras apago las 22 velas de mi tarta de cumpleaños.
Un
poco paradójico, pero me gusta pensar que todos esos deseos y sueños, algún día
se harán realidad.
Y
sí, me gustaría volver atrás en el tiempo, y quedarme en esa época para
siempre. Pero, entonces pienso en todo lo que he vivido desde entonces, y
admito que no es buena idea, que no es justo “eliminar” todos esos momentos,
todas esas personas que han ido apareciendo desde entonces.
Demasiadas
cosas de las que reflexionar, en las que pensar en mis 22 años.
Cosas
de las que me siento orgullosa, personas a las que estoy encantadísima de haber
conocido, porque ahora son imprescindibles en cada momento de mi vida, personas
de esas a las que ni me imaginaba conocer, pero por obra de las casualidades, o
del destino, se han ganado un hueco en mi corazón, y personas de las que no
quiero volver a saber de ellas. Incluso aquellas que me quedan por conocer, que
estoy segura de que serán muchas.
Cosas
de las que me arrepiento, a veces, y otras que hubiese cambiado, pero que, al
fin y al cabo, me han hecho ser tal y como soy hoy.
Y
es que, cumplir años no es poner una vela más en la tarta, ni un año menos
de vida. Cumplir años es cumplir sueños, desechar otros, ganar batallas,
valorar los recuerdos, y más aún a las personas. Cumplir años no es “hacerse
viejo”, es aprender a serlo. Cumplir años es ganar experiencias, es ganar
momentos, miradas, sonrisas, besos. Cumplir años es ganar amigos, incluso
perderlos, y ganar enemigos. Cumplir años es darte cuenta, con el tiempo, de
que todo no es lo que parece. Cumplir años es mirar a ese grupo de niños que
juega en la calle y sonreír acordándote de cuando tú eras uno/a de ellos/as.
Cumplir años es aprender a convivir entre recuerdos (que a veces, es lo más
valioso que tenemos). Es darte cuenta que la vida no es fácil. Es entender lo
de “tantos tienes, tanto vales”.
Cumplir
años es darte cuenta de que “esa niña pequeña” que aún existe en el interior de
cada uno de nosotros no debe desaparecer, que a veces es mejor vivir de locuras
y sueños, porque, nos ayuda a evadirnos de nuestra realidad, aunque sea
por un momento.
Cumplir
años es darte cuenta de que hay que vivir la vida sin escuchar lo que opinen
los demás, vivirla al máximo, porque el tiempo pasa demasiado rápido, y hoy
estamos aquí, pero mañana quizá no. Es aprender que la vida es injusta, y más
con quién no lo merece, que se van de nuestro lado a personas que
necesitamos. Personas que no han vivido todo lo que tenían pensado, y personas
que pasan por desgracias que no se merecen.
Cumplir
años es seguir viviendo de ilusiones. Es comprender que “las mentiras piadosas”
siguen siendo mentiras, y algunas duelen demasiado.
Pero…
sobre todo, cumplir años es aprender, poco a poco, a vivir y ser feliz.